Con el brote de indignación social de este último mes y medio, este irlandés se sintió sorprendido al tener sentimientos muy encontrados al respecto. Al ser un extranjero, radicado aquí en Santiago de Chile siento que he podido ver ambas caras de la moneda. En mi cabeza no he podido apoyar la causa al 100%. Es raro porque lo que pide la muchedumbre calza, en gran parte, con mi visión política. ¿Será que Chile me ha cambiado? Aquí intento ordenar mis pensamientos, pero primero les doy algo de contexto y algunos gráficos para hacer comparaciones entre Chile e Irlanda.

Yopisé tierras chilenas por primera vez en el año 2012. Tenía 20 años y venía como estudiante de intercambio a pasar un año en las aulas de la Pontificia Universidad Católica (PUC). Estaba estudiando idiomas en Irlanda y elegí venir a Chile para profundizar mis conocimientos del castellano. Mi primer error.

Soy hijo de profesores. Mis papás trabajaron en colegios públicos en Irlanda así que siempre he estado cerca de la educación. Estudiar allá tiene costos bajos y yo entré a estudiar idiomas en University College Dublin donde el requerimiento financiero era solamente el pago de la matrícula. Cuando llegué a Chile no tenía idea de los problemas que tenía el país en términos de educación. La PUC disfrutaba de una buena reputación internacional y cumplía con mi requerimiento de estar en un país muy lejos de todo. El gran Matías Fernandez también figura en esta historia pero dejaré esa parte para otro cuento. Durante mis primeros meses en Chile recuerdo haber discutido con una compañera franco-chilena, yo juraba que todos podían ir a la universidad, que era cosa de voluntad, de ahorrar, de trabajar, de querer avanzar. Pensamientos de un joven irlandés en América.

Bueno, siete años después yo sigo aquí. Ya no soy ese estudiante naif. Me devolví al país en el año 2014, poco después de un histórico travesaño. Estaba en una relación con una mujer chilena e iba a realizar un magister en la USACH. Al final la relación no prosperó, los estudios tampoco. Sí entré a trabajar en un medio de comunicación en el área de marketing. Me apliqué y ahora, cinco años después, lidero las operaciones comerciales para el medio en América Latina. Es un trabajo que me ha permitido viajar mucho y he podido ver las diferencias y similitudes entre los países de la región.

Chile ha sido bueno conmigo, ha sido un país de muchas oportunidades donde he podido crecer profesionalmente de una forma muy rápida. Sin embargo, estoy consciente del hecho de que yo soy un hombre blanco con ojos verdes que vive en la RM y que maneja varios idiomas. Soy ultra privilegiado, pero adquirí estos privilegios de una forma distinta de la mayoría de los privilegiados de este país. Me fueron entregados por Irlanda, un país con sistemas de educación, salud y transporte brindados o subvencionados por el estado. No son servicios perfectos pero sí le permitieron a una profesora de básica y un profesor de arte quienes trabajaban en el sector publico enviar sus dos hijos a las mejores universidades del país sin pensarlo dos veces.

A lo largo de los años mientras yo me integraba a la sociedad chilena me daba cuenta de ciertas rarezas que tiene el país. Algunas muy triviales como el afán de los chilenos por tomar yogurt como si fuera una bebida, otras no tanto como cuando la cajera del supermercado me pregunta si quería pagar una compra de $5.000 en cuotas. O los amigos que se endeudaban con cifras millonarias para estudiar una carrera no tan necesitada en el mercado en una universidad no tan reconocida. El hecho de que a la brevedad yo ganaba tres o cuatros veces el sueldo mínimo también me sorprendió. Empecé a entender estas pistas que apuntaban a una sociedad con problemas serios de desigualdad.

Ya he escrito un par de cosas en inglés sobre lo acontecido durante estos 53 días de revuelto social. De hecho, el toque de queda fue suficiente para ponerme en la portada de The Irish Times, nuestro diario principal. Pero siento que hay algunas cosas que me son más fáciles de explicar en castellano.

Violencia

La quema del metro me dio rabia, rabia profunda. Tanto que me costó separar las demandas sociales de este acto de destrucción durante varios días. Soy amante del metro. Sé que tiene sus fallas pero comparado con los sistemas de transporte de la región (y varias de Europa, Dublín incluso) es una maravilla. Verlo destruido me dio mucha pena y el hecho de que aún no hay explicaciones es preocupante.

El odio que se manifestó en los días después también me chocó y cómo este se hacía presente de ambos lados, en la violencia de los manifestantes y la reacción de los carabineros. Yo estaba a favor de la salida de los militares a la calle. Por razones obvias no tengo ningún trauma con ellos y lo pensaba necesario para controlar la furia que se desataba en las calles. No me percaté de que enfrentarse con un militar era el ensueño de miles de jóvenes. ¿Tirarle piedras a un soldado? Qué mejor manera de mostrar que tú también luchas contra los que facilitaron la dictadura.

Tampoco tenía una opinión muy crítica de los carabineros antes de todo esto, mi única experiencia con ellos había sido positiva, hasta el día en que los vi en acción desde el balcón de mi casa en Providencia. Veía como disparaban de forma indiscriminada con la escopeta anti-disturbios con los manifestantes a más de 30 metros. Era como un juego para ese policía que se creía un John Rambo santiaguino. Entiendo que las condiciones son difíciles, hay manifestantes que protestan de una forma muy pacífica y moderna, hasta instagrameable. Pero mezclado con este elemento hay gente tirando bombas molotov. La incapacidad de diferenciar ha sido un gran fracaso de carabineros y la incapacidad de los manifestantes de aislar este elemento lo suyo.

También ha sido como un juego para los representantes de la llamada “Primera Línea”. Jugando a batallas campales por las calles de un Santiago tapado con zinc. Estos jóvenes se sienten parte de algo por la primera vez en sus vidas, convertidos en “héroes” y “defensores del pueblo”. Solo espero que nadie más se muera en estos encuentros sin sentido.

Discursos de grafiti

Toda la Avenida Providencia está rayada. Veo todo tipo de discursos escritos en las fachadas blindadas del comercio, hasta hay unos que le proponen Bitcoin como la solución. Hay algunos grafiti que sí me preocupan. No logro entender a las personas que comparan a Piñera con Pinochet. ¿Es en serio? Uno pensaría que se usaría esa palabra con mucho más cautela en este país. ¿Rayar un muro con esa frase debería tener consecuencias o no? Ha sido la torpeza de su propio discurso lo que lo ha convertido en el blanco principal, pero Piñera no es un dictador.

Si me pongo a reflexionar, es aquí quizás donde mi estatus como extranjero me blinda de la paranoia y el miedo que sí debe existir entre los chilenos o chilenos con familiares que han vivido en dictadura. Creo que la estrategia de comunicaciones del gobierno y las FFAA no ha ayudado. Todos conocemos las famosas frases así que me limito a decir que deben tener los peores asesores de comunicación de la historia.

En temas de comunicación siento que muy pocos medios han estado a la altura de la crisis (excepciones: Radio Bío Bío y Cooperativa). He leído muchas columnas de opinión durante estas semanas. Decenas de columnas de opinólogos de izquierda y de derecha. Unos con miedo a criticar la violencia, otros con miedo a reconocer las legítimas demandas sociales. Ya no sorprende que no haya surgido un líder cuando tenemos tanta mediocridad.

Irresponsables

La irresponsabilidad me ha frustrado inmensamente durante todo este periodo. Irresponsabilidad de la clase política actual y la que vino antes, irresponsabilidad de las fuerzas armadas y de los carabineros, irresponsabilidad de las ONGs durante momentos clave y la irresponsabilidad de amigos compartiendo noticias falsas. La irresponsabilidad de las figuras públicas también ha sido grave, músicos haciendo todo lo posible para intentar a ser la Violeta Parra o el Victor Jara del siglo XXI. También he visto cobardes. Cobardes en el gobierno incapaces de enfrentar los problemas reales, cobardes en la oposición que firman acuerdos y luego se echan para atrás cuando alguien les tira la oreja en Twitter, cobardes en la calle disparando lacrimógenas a quemarropa, cobardes que le quitan las sillas y mesas a un restorán para hacer una barricada, cobarde yo por no hacer nada al respecto.

¿Conclusiones?

Sé que mi rol como observador extranjero y también mi propio carácter me hacen ver las cosas con cierta frialdad. Me pregunto a veces cuántas personas realmente van a perder un ojo de todos los lesionados. También me encuentro pensando, quizás de manera nefasta, que cinco muertos a manos del estado es muy poco cuando consideramos la locura de ese viernes y sábado y más aún si lo comparamos con lo que sucedió en Bolivia hace poco. Leo que recién descartaron que fue un militar quien asesinó a ese pobre chico en Curicó pero que ahora escucho que una niña de 15 años recibió una lacrimógena en la frente en Plaza Italia. Hay un bombardeo constante de noticias reales y falsas y un ejercito de personas intentando aprovecharse de estas.

Siento que es importante respirar hondo y mirarnos un poco.En el caos de estos días han pasado una cantidad de cosas que impiden pensar con claridad. Yo lo he hecho y mi opinión ha cambiado. La rabia inicial y el rechazo que el movimiento me generaba han ido disminuyendo. Chile me ha cambiado. Aquí disfruto de una calidad de vida mejor a la que tendría en Irlanda. Esta comodidad me hacía ver las manifestaciones con ojos de egoista. Pensaba en cómo los cambios podrían impactar mi estilo de vida.

Aún hay cosas que me molestan (la existencia de la Pamela Jiles y JAK entre otras) pero luego me pongo a pensar y reconozco que: yo he disfrutado de educación y salud gratis casi toda mi vida, mis papás viven feliz con sus pensiones y el cuidado de salud que les brinda el estado. Estoy a favor de tener un estado más presente siempre y cuando sea eficiente. El estado subsidiario ya carece de relevancia y yo estoy feliz de pagar más impuestos para vivir en un país más sano y más educado.

¿Me iré de Chile? No. Mientras sigan produciendo Manjarate yo estaré aquí.